El trastorno dismórfico corporal (TDC) o dismorfofobia, es una enfermedad obsesiva que se caracteriza por el rechazo al propio cuerpo o a alguna parte de éste.
Normalmente se manifiesta por una preocupación excesiva por algún defecto físico que la persona percibe como deformidad exagerada.
Conocido también como síndrome de distorsión de la imagen o trastorno de la percepción corporal, hace referencia a un cuadro clínico que presenta alteración de la autoimagen y puede llegar a producir gran malestar psicológico, como depresión, trastornos de ansiedad, obsesivos, alimentarios…
Aunque es más frecuente en los adolescentes de ambos sexos y suele tener relación con los cambios corporales de la pubertad, también aparece en la edad adulta y en niños. Afecta por igual a personas atractivas y a las que no lo son y las quejas pueden concretarse en cualquier parte del cuerpo.
En el 45 % de los casos el foco se centra en la nariz, si bien las alteraciones, imaginarias o mínimas, pueden encontrarse en la piel, boca, peso y altura, pechos, glúteos, etc.
Causas de la morfofóbia
La aparición de este trastorno puede deberse a diferentes causas las cuales normalmente actúan sobre una cierta predisposición individual o rasgos de personalidad como, timidez, inseguridad, introversión, sensibilidad excesiva ante la crítica o el rechazo, necesidad constante de aprobación…
También aparece en personas extremadamente críticas con su imagen corporal o aspecto y en aquellas que en su infancia o adolescencia recibieron burlas por su cuerpo o por alguna parte del mismo.
La inseguridad propia de la adolescencia (también en la edad adulta), se ve hoy incrementada por la continua comparación de los aspectos físicos impulsada por los medios de comunicación y las redes sociales: imágenes de cuerpos perfectos, casi siempre fruto de la cirugía o del Photoshop y formas corporales que rayan lo inalcanzable.
Los selfies contribuyen a la deformada percepción de la autoimagen por el tipo de lente que utilizan los móviles: agrandan lo que está próximo al objetivo estirando hacia atrás el resto del rostro. Otra circunstancia en la que podemos encontrar un cuadro semejante es el caso de jóvenes y adultos a los que su pareja socaba su seguridad mediante ofensas y comentarios sobre su físico.
La gravedad del proceso dismorfofóbico se acentúa cuando persiste en la edad adulta. En la adolescencia deberíamos alcanzar la suficiente madurez psíquica para asumir nuestro aspecto físico con naturalidad, con sus defectos y virtudes, de tal manera que nos aporte la seguridad necesaria para unas correctas relaciones con nosotros mismos y con los demás.
Además, en nuestra sociedad, un adulto tiene a su alcance diferentes posibilidades para resolver sus problema físico gracias a la medicina estética y a la cirugía plástica. El adolescente, si no tiene a su alcance esas posibilidades, está más expuesto a desarrollar fobia por no verse “normal” o, incluso, un trastorno dismórfico corporal (TDC) con toda su complejidad.
¿Cómo reconocer la dismorfofobia? Síntomas
El trastorno dismórfico corporal (TDC) afecta a las áreas más importantes de la persona, especialmente a la relación consigo mismo (autoestima, seguridad), a las relaciones sociales (aislamiento familiar y social) y laborales (falta de concentración, pérdida del trabajo).
Con frecuencia estos pacientes padecen depresión que generalmente se manifiesta como un intenso sentimiento de angustia y de inferioridad.
Cada vez que la zona corporal considerada vulnerable es nombrada o debe ser expuesta, sufren tal grado de ansiedad que les lleva a conductas de evitación como no salir a la calle o no tener encuentros sociales.
Por otra parte, la preocupación desmesurada por un detalle físico, en el que se invierte mucho tiempo mental en tratar de mejorar u ocultarlo, le impedirá concentrarse en cualquier otro tema, provocando con frecuencia fracaso escolar o profesional.
También suele ocurrir que, aunque sean conscientes de que no tienen motivo para preocuparse o de que todos los que le rodean opinen de esa manera, creen tan firmemente tener el defecto que les resulta imposible superar esta obsesión. Y aquí estamos ante la presencia de la enfermedad.
El cuerpo, su propio cuerpo, rechazado y causa del sufrimiento, será maltratado sin piedad, imponiéndose dietas convulsivas que provocarán alteraciones graves en la alimentación (anorexia o bulimia), realizando ejercicios físicos extremos, descuidándose en el vestir o aislándose.
Tratamiento de la dismorfia
No siempre es fácil el diagnóstico de la enfermedad y con frecuencia no se le da la importancia que merece.
En los TDC leves, el apoyo del entorno (familiares, amigos, un ser querido) puede ser suficiente para recuperar la confianza en si mismo, Cuando de verdad existe una alteración objetiva, la cirugía estética, sola o asociada al tratamiento psicológico, ha demostrado ser una excelente ayuda para reducir o eliminar algunas de las manifestaciones asociadas a la dismorfofobia. Estos pacientes, al quedar satisfechos con su nueva apariencia aumentarán su autoestima y seguridad en sí mismos.
Sin embargo, en los casos severos podríamos caer en la trampa de creer que resolviendo quirúrgicamente el problema solucionaremos el malestar del paciente pero esto, desgraciadamente, no es así. Tras las manifestaciones externas del trastorno subyacen problemas que requieren un tratamiento psiquiátrico o psicológico. En estos casos debemos recurrir a la ayuda de un profesional que maneje terapias eficaces en las alteraciones de la imagen corporal.
Para alcanzar un resultado adecuado será necesario recurrir al trabajo en equipo. Este consistiría en la preparación psicológica del paciente, la resolución quirúrgica de la alteración y, dependiendo de la gravedad, el apoyo emocional o tratamiento psiquiátrico en el posoperatorio.